En Luis Crespo ha habido, desde sus inicios como intérprete de luces y colores, un afán de cercanía a paisajes y figuras, de ajuste a la imagen del mundo más cercana, a las gentes inmediatas. Primero la acuarela y luego el óleo, fueron su manera de aprisionar la realidad y hacerla eterna, buscando la emoción de la belleza y su sentimiento. Sus paisajes, siendo testigos evidentes, están liberados de viejos compromisos con la realidad, y sus retratos tienen una vibración singular de humanidad, plasmados con una técnica que los años y los pinceles han hecho cada vez más depurada, yendo más allá de la fugacidad reconocible de un gesto, hasta llegar a la emoción que deriva de una intimidad captada. A Luis Crespo, paisajista por devoción en más de un país europeo y retratista por vocación frente a cientos de rostros y figuras, le han acompañado las alas durante toda una vida profesional, y el pintor ha rendido homenaje a los aparatos que pilotó, surcando unos aires mil veces aprehendidos...