En un mundo globalizado como en el que vivimos, es esencial que los recursos del poder político puedan ser controlados por los ciudadanos; de lo contrario, el Estado y el Gobierno se convierten en el instrumento mas mortífero para las personas, que son, en definitiva, quienes paradójicamente conforman el Estado y, en buena parte de los casos, quienes deciden a qué otros ciudadanos se les entrega este instrumento poderoso que es el gobierno.
Ello supone el permanente riesgo de que, fraudulentamente, los elegidos se alcen contra los electores, manejando a capricho y conveniencia el esfuerzo de estos.
Cualquier sistema democrático debe propiciar que los ciudadanos electores puedan, también, remover de sus cargos a los elegidos cuando incumplan sus promesas electorales.
Esto, en definitiva, es la libertad.